Nuestro viaje comienza aterrizando en Tallinn, desde donde nos trasladamos al este de Estonia para caminar cuatro días en los límites del país. Volveremos a la capital para saltar al extremo opuesto en el oeste para caminar dos días en la isla de Hiiumaa. Marcharemos por bosques, junto a lagos y el mar Báltico.
No habrá cumbres emblemáticas. De hecho, no pisaremos ninguna cumbre. No sufriremos de picaduras de mosquitos, ni de caminos masificados… si es que nos cruzamos con alguien lo más probable es que sean animales salvajes. No tendremos cobertura telefónica entre tanto árbol. A pesar de lo exigente de las rutas nos va a costar sudar por las bajas temperaturas. Pocas veces podrás vivir situaciones de soledad tan placenteras.
Durante los cinco días cerca del rio Narva, frontera natural, recorreremos las calles de ciudades abandonadas e incluso oficialmente no existentes en un pasado nada lejano. Vadearemos las cicatrices que la guerra energética, más actual, y la fría, menos fría que nunca, dejaron en esta zona que la naturaleza se empeña en cubrir y restaurar. La fauna y la flora tienen su propio ritmo. Osos, alces, lobos, ciervos, linces, corzos, zorros, mapaches japoneses, castores, urogallos, garzas y águilas, tienen aquí su hogar. Grandes árboles y diminutos musgos enmarcan el cuadro. Siempre regado con agua. Salobre del Báltico y ácida de las turberas.
En Hiiumaa trataremos de aprender el serpéntico, ese idioma fabulado por el escritor Kivirähk, con el que podríamos, no solo, comunicarnos, si no también controlar a cualquier animal. Esta isla es el Finisterre de Estonia por lo que, dado su valor estratégico, la naturaleza continúa batallando por hacerse con los restos de las edificaciones militares. Allí disfrutaremos de la soledad compartida ante la puesta de sol.
Finalmente, de vuelta en Tallinn, podremos recorrer el casco antiguo, patrimonio de la humanidad, antes de dirigirnos hacia el aeropuerto.









